Desde mediados de abril hasta la quincena de junio del presente año realicé mis ayudantías en aulas de 4° y 5° de secundaria. Entre las diversas situaciones interesantes que experimenté, destaco una relacionada con la educación inclusiva. Esta consiste en que hubo un estudiante con una discapacidad que era incierta para mí, incluso la docente nunca me comentó su caso con algún dato específico. A pesar de ello y pensando en mejorar mis experiencias como docente, tuve la oportunidad de acompañarle en numerosas clases, por ende pude conocerlo mejor. Respecto a sus características observé que su capacidad cognitiva no estaba lo suficiente desarrollada, se distraía constantemente, tenía dificultades en la pronunciación al hablar y, además, requería de alguien a su lado para que anote lo que se escribía en la pizarra.
Actualmente, estoy estudiando Educación Inclusiva y gracias al curso me encuentro casi seguro de que el estudiante tiene discapacidad intelectual. Es por ello que comencé a plantearme qué actividades, formas de actuar o enseñar podría haber empleado para beneficiar su desarrollo. En ese sentido, en los siguientes párrafos propongo algunas reflexiones sobre el caso; todas ellas están relacionadas con profundizar nuestras prácticas docentes dentro del aula y fomentar la diversidad.
En relación con lo que me aconteció, me parece crucial conocer la discapacidad específica que presenta un estudiante, porque a partir de ese dato los docentes, compañeros, compañeras, padres y madres de familia, y directivos —miembros de la comunidad educativa— tendrán la oportunidad de investigar, pensar, reflexionar y aplicar determinadas acciones que contribuyan a su interacción, participación e inclusión.
En el caso de los docentes, se vuelve incluso más importante conocer con toda seguridad la discapacidad del estudiante, puesto que para la planificación de cada sesión deberían crear actividades que se adecúen a sus características, de modo que los aprendizajes adquieran valor en su formación. Del mismo modo, una meta que es necesaria cumplir es superar las barreras de aprendizaje, las cuales serán resueltas en base a estrategias que el docente decida implementar. Ciertamente, para lograr ello, es necesaria una formación especializada. No obstante, la educación inclusiva no fue un área de formación inicial docente en el pasado; incluso en estos tiempos se sigue desfavoreciendo la inclusión tal como se observa en los diagnósticos de la Política Nacional Multisectorial en Discapacidad para el Desarrollo al 2030, donde se señala que existen pocos accesos a servicios públicos necesarios para personas con discapacidad, persistencia de estereotipos en la sociedad actual y la falta de coordinación entre las instituciones públicas que construyan un entorno favorable.
Otro punto relevante es la inclusión del estudiante con discapacidad en su entorno escolar, sobre todo en su salón de clases. Las formas de inclusión se manifiestan cuando se participa y colabora activamente, al interactuar con todos, al desarrollar tareas o trabajos, entre otros. En esa línea, se entiende que la discapacidad no es una forma de limitación, sino una oportunidad para crear situaciones diferentes. De aquí es donde parte la labor docente, ya que deberá usar diversos recursos, al igual que planificar y ejecutar situaciones, actividades o evidencias de aprendizaje que se acomoden a la realidad del estudiante. Por ejemplo, en el caso de la discapacidad auditiva, el apoyo de un intérprete contribuiría a una mejor comunicación entre las personas oyentes y no oyentes; asimismo, a un estudiante con el trastorno del espectro autista le sería útil el uso de pictogramas para expresar sus ideas.
Para finalizar, me parece que aparte de la preparación de las clases, actividades, evaluaciones, uso de recursos y apoyos a estudiantes con discapacidad, también es importante mentalizarse positivamente sobre lo que puede alcanzar esta persona. Esto lo sugiero porque las expectativas del docente —al ser subjetivas— a veces pueden tender a ser limitantes e incorrectos; esto sucede por diversas razones, aunque seguramente la que más influya es que en la realidad peruana aparentemente no se observan muchos casos en los que personas con discapacidad hayan “triunfado”. Sin embargo, esto no es así. Gracias al curso de Educación Inclusiva puedo afirmar que personas con discapacidad auditiva (algunas sordas totalmente) han sido capaces de ser estudiantes universitarios y egresar, otros enseñan la lengua de señas y en otros casos son difusores de su propia comunidad.
Artículo elaborado por:
Mariano Fabriccio Valencia Cervantes
Estudiante de Educación Secundaria en la especialidad de Matemática