En 2022 trajo consigo el progresivo retorno a la normalidad y el regreso a las aulas. Quienes estamos realizando las prácticas preprofesionales nos hemos enfrentado al reto de recibir grupos que han pasado dos años en la virtualidad y, para el caso de secundaria, los estudiantes de grados menores estuvieron por última vez en las aulas cuando estaban en primaria.
Por tal motivo, este año resulta particularmente importante – y retador – para nuestro desempeño docente: ¿Cómo logramos atender a grupos que en los últimos dos años han logrado distintos niveles de aprendizaje? ¿Cómo abordamos los desafíos en torno a conducta y socialización en clase? Como docentes debemos reformular nuestras formas de ejercer pensando en la diversidad, ya que nos encontramos con jóvenes a los que les fue bien en la virtualidad y otros a los que no tanto; algunos no tuvieron ningún problema con el aislamiento y a otros les generó ansiedad, tristeza, temor, entre otras sensaciones.
Por otro lado, en cuanto a la socialización, existen desafíos en torno a cómo podemos acercarnos a otros de forma sensible y en consideración de lo que cada uno pueda estar viviendo o haya atravesado en sus hogares. De igual manera, la adaptación a las normas del aula representa un reto para los estudiantes de grados menores. A los adolescentes aún les cuesta controlar los impulsos y tomar decisiones, por lo que el reto en torno a una adecuada socialización es un factor a tener en cuenta.
Esto me lleva a hacer mención a la capacidad que tenemos de ser flexibles en nuestra labor. Por ejemplo, han sucedido casos en los cuales sucede algo que interpela a los estudiantes y los mantiene distraídos de lo originalmente planificado. En la adolescencia surgen cuestionamientos que van más allá de uno mismo e involucran distintos agentes de la sociedad o incluso de su entorno y es común que traigan a la clase sus dudas sobre distintos temas, tanto académicos como formativos ¿Ignoramos el interés o buscamos la forma de integrarlo a la clase?
Ser flexible en casos como estos no significa dejar de lado lo planificado para desviar el tema de la clase, pero resulta interesante preguntarnos cómo afrontaríamos dichas situaciones que son comunes. Es decir, es un trabajo creativo que nos permite tomar decisiones que se adecúen a los objetivos y a los intereses de los estudiantes. Por tanto, la labor docente enfrenta un sinfín de interrogantes en torno a la propia práctica y cómo podemos adaptarnos para lograr conectar mejor con nuestros estudiantes.
Frente a ello, es importante cuestionarnos cuál es la función del aula en este retorno a la presencialidad. Sin duda, es necesario prestar atención a los desafíos que enfrentamos tras la pausa de presencialidad y, a la vez, cómo podemos reforzar las formas positivas de socialización. En otras palabras, debemos considerar la formación integral del adolescente con todos los retos que siguen aún vigentes por la pandemia y los propios de la etapa en la que se encuentran.