Al llevar el curso de Psicomotricidad en los tres primeros años, llegamos con la idea inicial de que aprenderíamos estrategias, ejercicios y conceptos para el desarrollo de una clase con niños y niñas de edades tempranas. Sin embargo, este pre concepto que teníamos del curso cambió a lo largo de las sesiones prácticas donde reconocimos que, para poder brindar experiencias significativas, placenteras, no solo basta con el espacio, material, y la predisposición. También, implica reconocer las características corporales y socioafectivas de uno mismo, lo que invita a un proceso de autoconocimiento para gestionar nuestras emociones, actitudes y acompañar a los niños desde el respeto y la empatía.
Una de las actividades que destacamos la propuesta de exploración del espacio, con los ojos vendados. Esta actividad consistió en formarnos en parejas y que por turno cada una cumpliría un rol: de la cuidadora, quien estaría pendiente de que la otra no se lastime o la del niño, quien se encargaría moverse libremente; sin embargo, durante la actividad no podíamos comunicarnos verbalmente. Inicialmente eran exploraciones tímidas, llenas de emoción, pero también de incertidumbre, angustia, miedo y nervios, pensando que nos podíamos golpear o caer y peor aún al saber que no podíamos expresarnos ni comunicarnos. No obstante, poco a poco nuestros cuerpos se fueron soltando, confiando y logrando explorar cómodamente y en diversas posiciones y velocidades. Al realizar las diversas posturas, nos enfocamos en qué sensaciones sentirían los bebés desde el asombro, miedo, angustia, entre otras. Pero en donde nuestro “cuidador” de manera muy prudente y respetuosa nos daba aviso ante algún peligro.
Bajo esta actividad y otras vinculadas a la exploración corporal, entendimos la confianza y posibilidades que se deben favorecer, para invitar a moverse y jugar; la cual muchas veces es limitada por las expectativas o miedos del cuidador. Desde nuestro rol como docentes, es importante brindar esa seguridad física y afectiva, respetando el tiempo de cada niño. Tal como menciona Sánchez (2007):
Cuando estos juegos hacen presencia en las sesiones y se van desarrollando, observamos cómo a lo largo de las relaciones de agresividad y miedo surge además la necesidad de sentirse fusionado, pegado al cuerpo del otro, pues esta posibilidad de confundirse le permite también tener la cobertura del otro que contenga la angustia ante la fragilidad que estos juegos despiertan, porque se hace difícil contener por ellos mismos vivencias y emociones tan intensas. (p. 104)
Como maestras debemos buscar estrategias para favorecer la confianza del niño, un mediador corporal que se destaca es el tono del cuidador para poder transmitir esa seguridad, emoción, sostén y afecto. Como nos comenta Camps (2017), el diálogo tónico apoya a la construcción de una identidad del bebé, es por ello, que el cuidador tiene que tener tres elementos claves: capacidad de escucha, disponibilidad y contención. En donde la capacidad de escucha se refiere a que el acompañante esté pendiente y observando el espacio para ver qué dice oralmente o el cuerpo del niño y es así que nos va brindando señales de cómo ayudarlo. Por otro lado, la disponibilidad se refiere a estar presente corporalmente para la necesidad que tenga el menor y por último la contención en base a acoger y darle límites para su seguridad y cuidado.
Otro punto importante que aprendimos en la actividad es sobre la capacidad de observación como maestras. A través de dicha capacidad, en los momentos de juego y movimiento e incluso en momentos de calma, podemos conocer diferentes aspectos del niño que son primordiales para su desarrollo integral; por ejemplo: qué necesidades, cuál es su avance en motricidad y autonomía, cómo aprende y juega, si se siente cómodo con la actividad, qué emociones expresa, cómo se comporta en un grupo grande, entre muchas otras. Todo esto influye en cómo nosotras actuamos después, cuál es nuestra respuesta frente a ciertas conductas y expresiones, por eso es necesario una observación muy crítica, detallada y respetuosa.
Frente a las sesiones de formación corporal nos surgieron algunas preguntas: ¿cómo podemos gestionamos nuestras emociones al momento de atender necesidades de nuestros alumnos? ¿Cómo modular mi tono en momentos de tensión, miedo, nervios ante situaciones inesperadas con los niños y las niñas? ¿Por qué en las mallas curricular no suele haber espacios de juego y exploración para las docentes?
Queremos enfatizar aquí el valor de las sesiones prácticas y la formación corporal para nuestra futura labor como docentes. Creemos que las actividades nos hicieron comprender que un niño necesita libertad para moverse y lo que significa cuidar sin invadir. Por último, queremos comentar la posibilidad que nos dieron las clases de reencontrarnos con nuestro cuerpo, explorar con él, volver a reconocerlo, observarlo, y valorar sus funciones y movilidad. Además de recordar experiencias previas de movimiento y expresión. Desde las primeras sesiones, sentimos la libertad de desinhibirnos y encontrar en el grupo un espacio íntimo para poder expresarnos con libertad, con confianza y seguridad.
Por Valeria López Salinas y Patricia Revilla Gonzales
Estudiantes de Educación PUCP
Docentes: Claudia Araceli Achata García y Vanessa Sofía Raffael Hermoza
Curso: Educación Psicomotriz en los tres primeros años
Referencias:
Camps, C. (2007). El Diálogo tónico y la construcción de la identidad personal. Dialnet. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3684042
Sánchez, J. (2007). Jugando con los miedos. Revista Iberoamericana de Psicomotricidad y Técnicas Corporales, 7(25) 97-110. https://www.unimoron.edu.ar/static/media/doc_490551e27e7d11ee87410242ac170004_o.pdf